La sensualidad desbordante de Caravaggio llega al Thyssen*
20:35
Por
ancilo59
UNPASEOPORELARTE
2
comentarios
Michelangelo Merisi Caravaggio. ‘Los músicos. The Musicians’. Óleo sobre lienzo. Nueva York, The Metropolitan Museum of Art, Rogers Fund.
Una exposición histórica. Doce obras del genial Caravaggio se exponen en el Museo Thyssen de Madrid junto a muchas otras de pintores del norte de Europa, discípulos seducidos por las obras del artista barroco.
Pasión. lucidez, dramatismo. Todo y más lo tenía Michelangelo Merisi da Caravaggio, “que hacía cosas maravillosas en Roma”, e interpretaba la vida de los santos acercándola a la realidad, a eso que en pintura se llamó Naturalismo. Y al hacerlo, escandalizó.
Se cuenta que cuando le encargaron un cuadro sobre san Mateo para una iglesia romana debía pintarlo escribiendo el Evangelio y, como lo que escribía era la palabra de Dios, un ángel se lo soplaba al oído.
Caravaggio representó a un hombre rudo, calvo, con los pies sucios escribiendo con un ángel sentado en sus rodillas llevándole la mano mientras su pluma fluía. El cuadro no obtuvo la aprobación de la Iglesia y hubo de repetirlo al modo tradicional.
Provocaban también escándalo sus jóvenes, de una carnalidad tan sensual que invitaban al espectador a acercar su mano al lienzo para tocarlos. Caravaggio sabía hacer lo que los fotógrafos llaman capturar el instante, sólo que él lo transformaba en pintura, y qué pintura.
Ése era Caravaggio (1571-1610), “el descubridor de las formas de las sombras”, un pintor genial nacido en la Lombardía, cerca de Milán, el mejor representante del Barroco, el estilo que huía de la sencillez y del manierismo y prefería composiciones narrativas.
Caravaggio no se asustaba de la fealdad, buscaba la verdad sin moldes ajustados a la belleza ideal. Hizo suya la tendencia de indagar en los fenómenos de la naturaleza, de estudiar los estados de ánimo.
Sus personajes se inspiraban en los jornaleros de rostros comidos por el sol y el viento. Copiaba del natural, fuera bello o feo. Y como pintor en Roma, el centro artístico en el siglo XVII, discutía y arremetía con los otros pintores acostumbrados a basar sus cuadros en dibujos en vez de dejarse inspirar por “la naturaleza en todos sus colores”.
Cuando entras a la exposición que inaugura ahora el Thyssen en Madrid, los 12 caravaggios, incluida la Santa Catalina de Alejandría de su colección, logrados en préstamo en un tour de force que tuvo en vilo hasta el último momento a Guillermo Solana, director artístico del museo, experimentas el síndrome de Sthendal.
La belleza de sus primeras obras hechas en Roma te succiona, ese Muchacho pelando fruta o el Muchacho mordido por un lagarto te transportan al reino de los cielos y experimentas un placer inmenso. Cuando llegas a Los músicos, prestada por el Metropolitan de Nueva York, o La buenaventura, de los museos capitolinos de Roma, ya no sabes dónde mirar.
Caravaggio y los pintores del norte, comisariada por Gert Jan van der Sman, profesor de la Universidad de Leiden, permite ver cuadros magníficos del pintor italiano junto a obras de sus seguidores en Holanda, Flandes y Francia, como Dirk van Baburen, Hendrick Ter Brugghen, David de Haen y Gerrit van Honthorst, Nicolas Regnier y Louis Finson o Simon Vouet, Claude Vignon, Nicolas Tournier y Valentin de Boulogne.
Son 53 cuadros, 12 de ellos del maestro lombardo, procedentes de colecciones privadas, museos e instituciones como el Metropolitan Museum de Nueva York, la Galleria degli Uffizi de Florencia, el Museo del Ermitage de San Petersburgo, el Rijksmuseum de Ámsterdam o la iglesia de San Pietro in Montorio en Roma.
En Roma, en el Seicento italiano, reinaba un gran ambiente artístico. Entre 1600 y 1630, se habían establecido en la ciudad más de 2.000 artistas, de los cuales una tercera parte procedía del extranjero.
Vivían y coincidían en los mismos círculos que Carracci o Caravaggio y admiraban sus obras. Sostiene Gert Jan van der Sman, el comisario de la exposición, que los pintores del Norte estaban acostumbrados a trabajar del natural “basándose en cosas visibles y concretas”, lo que les hacía sentirse en sintonía con la pintura de Caravaggio.
“Casi todos los artistas holandeses, flamencos y franceses que se establecían en Roma para enriquecer su bagaje artístico eran jóvenes de entre 18 y 25 años. Habían recibido una formación básica en dibujo y pintura en su país de origen, y estaban especialmente interesados en captar y asimilar rápidamente nuevas ideas.
El arte de Caravaggio era atractivo para ellos, sobre todo por el destacado uso de la luz, las sombras y el color, y la posibilidad de trabajar del natural”, destaca Van der Sman.
La exposición se estructura en seis apartados. Las tres primeras salas están dedicadas a 13 años de la producción de obras de Caravaggio. Las siguientes son las de los primeros admiradores del maestro como Rubens y el alemán Elsheimer.
Ellos iluminan como lo hace el lombardo y la Cabeza de joven, de Rubens, de rizos negros y revueltos, es de tal maestría que poco tiene que envidiar a las de Caravaggio. En La adoración de los pastores, también de Rubens, la técnica del claroscuro del de Merisi es evidente.
“No hay un único Caravaggio”, asegura el comisario, sino que mostró a las nuevas generaciones muchas innovaciones; era un pintor muy versátil. Se reinventaba cada poco”.
Dice Gert Jan van der Sman en el catálogo de la exposición: “La franqueza con la que aborda sus temas hace creer al espectador que las escenas se desarrollan ante sus propios ojos, como si estuvieran sobre un escenario”.
Con Los jugadores de cartas y La buenaventura, Caravaggio se acerca a escenas de la calle, a los bribones, gitanas y vagabundos. Más tarde, muchos pintores realizaron variaciones sobre estos temas. En la reciente exposición sobre Georges de La Tour en el Museo del Prado, la influencia del lombardo se aprecia claramente en lienzos con el mismo tema.
La escuela de pintura de Utrecht recopila en la cuarta sala las obras de los pintores flamencos que introdujeron los temas y las formas de Caravaggio en sus obras. Según Gert Jan van der Sman, estos caravaggistas tuvieron un papel importante antes de la aparición de Rembrandt. Hicieron sus obras en Roma e incorporaron las figuras de medio cuerpo y pintaron en los rostros arrugas en sutiles gradaciones de color.
“Caravaggio es el primer artista moderno”, dice Solana, “al que sus seguidores emularon”. Tanto se identificaron con él que fueron también pendencieros y se implicaron asimismo en las escenas violentas que pintaban.
Sólo hay que observar el David con la cabeza de Goliat y dos soldados, pintada por el francés Valentin de Boulogne, o David vencedor de Goliat, de Simon Vouet, para ver al instante que la brutalidad de las cabezas sangrantes les ponía.
No hay que olvidar que la Historia sagrada es aterradora y bastante gore, y esas representaciones movían a los fieles a rechazar las tentaciones de la Contrarreforma.
Caravaggio alcanza en Roma la plenitud. Los nobles y banqueros quieren sus obras y él pinta sin descanso. Los grandes coleccionistas romanos solicitaban cada vez más quadri da stanza (cuadros de salón) o quadri da galleria (cuadros de galería) con temas religiosos narrativos, para ser colgados en sus palacios.
Caravaggio realiza para el banquero Ottavio Costa Judit y Holofernes. En los palacios de Ciriaco Mattei y de los hermanos Giustiniani se cuelgan también algunas de sus más importantes obras, como La cena de Emaús, que dejó boquiabiertos a Rubens, Brugghen y Régnier.
Gerard van Honthorst. ‘Alegre compañía’. Múnich, Bayerische Staatsgemäldesammlungen, Alte Pinakothek. |
Según algunos de sus contemporáneos, Caravaggio no podía pintar más que “con el modelo delante de los ojos”, pero lo que hacía era lanzar su ingenio a quien miraba. Audaz, se autorretrataba en la cabeza de Medusa y en la de Goliat, o se transformaba en el dios Baco, algo tan impensable como que llegara incluso a firmar La degollación de san Juan Bautista en la propia sangre del mártir. ¿Herejía? No, talento.
Vivió Caravaggio momentos de esplendor en sus lienzos que a Pasolini, discípulo del historiador del arte Roberto Longhi, el descubridor de Caravaggio en el siglo XX, tanto le inspiraron. Impresiona ver El sacamuelas, ejemplo de la brutalidad más espantosa, algo a lo que sus seguidores nunca conseguirían acercarse del todo. Volvemos otra vez al talento.
Los clientes se disputaban sus cuadros. Barberini, el que luego sería el Papa Urbano VIII, le encargó El sacrificio de Isaac (es la primera vez que esa obra se expone en nuestro país); para el banquero Costa pinta San Juan Bautista en el desierto.
Sus últimas obras son religiosas de gran formato como La resurrección de Lázaro y El martirio de santa Úrsula, de 1610, pintada pocas semanas antes de su muerte.
Entrar en la sala final del recorrido donde está colgada la santa provoca sentimientos de terror, de espanto una vez más, acentuado en este caso con “aquel terrible modo de ensombrecer, el marcado realce sin malos reflejos”.
Es una exposición para visitar de forma pausada y paladeando uno a uno los cuadros. Si luego quieren más Caravaggio, el Palacio Real de Madrid los espera. Allí pueden ver, organizada por Patrimonio Nacional, Salomé y la cabeza del Bautista, dentro de la muestra De Caravaggio a Bernini, que exhibe varias obras de las colecciones reales. Hay una entrada conjunta por 17 euros para poder ver ambas.
elasombrario
Muy buen post, como todos los tuyos.
ResponderEliminarAbrazo de luz
Gracias Silvia.
ResponderEliminarAbrazos.