En el valle de las mujeres - Capítulo 4


Odadima, Etiopía. “La noche de bodas se vuelve a llamar a la mujer que practica las ablaciones para que abra la vagina con un cuchillo, de manera que la esposa se pueda quedar embarazada”. Talaado Adam alivia el dolor de su recuerdo personal con una sucesión de sonrisas recatadas.  

Se refiere a sí misma como a una “mujer mayor”, aunque solo tiene 35 años, y es capaz de bailar como una libélula apenas los hombres del pueblo insinúan los ritmos frenéticos en sus grandes tambores.

Pero en este abrasador valle envuelto en una humedad que corta la respiración, todos los rostros llevan escrito con nitidez que la vida no es más que una lucha desesperada. Así es sobre todo para las mujeres, que todavía muelen el grano a mano inclinadas sobre piedras planas y, a continuación, lo machacan en morteros levantando palos más largos que sus demacrados cuerpos con gestos rápidos y precisos.


Después de Egipto, Etiopía es el país del mundo con mayor número de mujeres “cortadas”: 23,8 millones, según datos de Unicef, es decir, el 74% de la población femenina. Pero en la región de Oromyia, que comprende también estas tierras bajas, la prevalencia asciende al 87,2%, mientras que en la región somalí del sudeste alcanza el 97,3%, y en la zona de Afar, en el noreste, el 91,6%. De los 66 grupos étnicos más importantes del país, 46 practican diferentes formas de mutilación genital femenina.
El Código Penal, revisado en 2005, la prohíbe expresamente, pero los activistas de la sociedad civil sostienen que el Estado podría y debería hacer mucho más.
También contra la creciente medicalización de la ablación que se viene observando en las áreas urbanas: según una encuesta de 2011, el personal sanitario de Adís Abeba ha realizado más del 20% de las intervenciones de MGF en niñas menores de 15 años contempladas en el estudio.


Al salir de la capital rumbo al sureste, una autopista de aire futurista acaba en la animada ciudad de Nazreth. Después solo se ven montañas y una interminable y accidentada pista de tierra que se insinúa entre curvas y márgenes rocosos y que, después de casi un día de viaje, llega al puente sobre el río Wabe. 

Alrededor de sus aguas turbulentas viven los waredube, una comunidad musulmana de unas 5.000 personas. Cuando, en la cumbre por los derechos de las mujeres de verano de 2015, el Gobierno etíope aseguró que la MGF estaría totalmente erradicada del país en 2015, probablemente se olvidaba de este pueblo que sigue viviendo sin electricidad ni agua corriente gracias a una agricultura de subsistencia vigilada de cerca por el caprichoso río.

Prisioneras de un paisaje cautivador pintado con verdes gargantas y picos majestuosos, las mujeres waredube mueren por decenas a causa de los efectos de la infibulación. El centro de salud más cercano, situado en la ciudad de Seru, está a nueve horas a pie. “En el pasado también nos solían volver a coser cuando nuestros maridos dejaban el hogar para irse a trabajar”, añade Talaado Adam. “Antes de irse, contaba los puntos, de manera que cuando volviese pudiese volver a contarlos para comprobar la fidelidad de su esposa”.


Nimo tiene 14 años. Dice con orgullo que a ella no le practicaron la infibulación, ni tampoco a un grupo de niñas de su misma edad. “Después de que las cortasen y cosiesen, algunas mujeres morían, y luego otras morían también durante el parto, pero nunca se nos había ocurrido que la causa fuese la infibulación”, admite Fatma Fara, líder de la Red de Mujeres waredube.

Sin embargo, a veces las revoluciones son más fáciles de poner en práctica que de imaginar: bastó con que alguien del distrito Seru se acordase de la existencia de esta población aislada para que se enviasen educadoras de ActionAid. Ellas explicaron que toda la comunidad podría prosperar cuando se liberase a las mujeres de un lastre innecesario.


Etiopía es un país de mayoría cristiana y quizá el que muestre mejor que cualquier otro lugar de África cómo la práctica de la MGF es normal en todas las religiones. De hecho, afecta al 89% de las etíopes musulmanas, al 67% de las católicas y al 69% de las seguidoras de otras iglesias cristianas.

En la ciudad de Seru, las voces de los almuédanos se han mezclado desde siempre en armonía con los coros de las iglesias. A pesar de la dramática escasez de presupuesto y de infraestructuras básicas, la administración del distrito invitó a los líderes musulmanes y cristianos y a las representantes de las organizaciones de mujeres a sentarse alrededor de una mesa con el objetivo de empezar a trabajar conjuntamente para convencer a las familias de que abandonasen la mutilación genital femenina.
¡Gracias por leerme!  

Fuentes de consulta: elpais.com/especiales

 http://masobesi68.blogspot.com/

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