Ibn Sabín.


Sucesor de Ibn Arabi  en la línea del pensamiento neoplatónico de este último período de la filosofía hispano-musulmana y probable discípulo suyo, aunque no directo, fue su coterráneo Muhyi al-Din Abu Muhammad Abd al-Haqq bn Ibrahim bn Muhammad bn Nasr bn Muhammad al-Mursi al-Riquti al-Isbili al-Sufi Qutb al-Din bn al-Dara Ibn Sabin. Nació en el valle de Ricote (Murcia) en 1216 ó 1217, en el seno de una familia de acrisolado y rancio abolengo, cuyos bienes de fortuna le proporcionaron una cuidada educación humanista, y una amplia formación teológica, filosófica, jurídica y médica, de la que sus brillantes condiciones intelectuales le permitieron sacar frutos muy pronto.

Pero fue el sufismo, que estudió bajo la dirección de Ishaq bn al-Mara bn Dahhaq, al que se consagró por entero, si bien buscando su armonización con la filosofía según afirma al-Badisi (El Maqsad Muy joven aún se trasladó al Magreb, acompañado ya de numerosos discípulos, después de haber hecho profesión pública de ascetismo a su paso por Granada, yendo a residir primeramente a Ceuta, cuyo gobernador, Ibn Jalas, le confió la misión de responder a la carta que el emperador Federico II de Sicilia había dirigido al sultán almohade, Abu Muhammad Abn al-Wahid al­Rasid (1232-1242) proponiendo una serie de interrogantes filosóficas, a las que Ibn Sabin contestó en uno de sus más famosos escritos, las Respuestas yemeníes a las Cuestiones sicilianas.


Sin embargo, algunas de las tesis mantenidas en dicha obra atrajeron sobre sí las sospechas del clero ortodoxo, por lo que a partir de aquel momento se vio obligado a cambiar frecuentemente de residencia, pasando primeramente a Bujía, después a Gabes y más tarde a Egipto, hasta que por fin en La Meca encontró el reposo definitivo. 

Fue precisamente allí, en la metrópoli religiosa del Islam, donde pudo entregarse con mayor libertad a la predicación de sus personales ideas, ganando para su secta, la sabiniyya, al mismo jerite Abu Numay, después de haber aceptado por su parte el siismo, aunque no sólo por congraciarse con su protector, ya que varios de sus escritos anteriores a aquella fecha presentan inequívocas huellas ismailíes.

Empero, Ibn Sabin añoró hasta el final de su vida regresar al Magreb, mas sin conseguirlo. Su muerte tuvo lugar en 1271, no se sabe si envenenado por orden del rey del Yemen o, lo que parece más probable, por haberse abierto él mismo las venas para tener una muerte filosófica y verse pronto ante el trono de Dios.

«Ibn Sabin -dice E. Lator- es una de las figuras más singulares de la España musulmana y hasta del Islam universal» (Ibn Sabin..., p. 179); dotado de gran presencia física, que Ibn al­Jatib describe como «de hermoso rostro, fino cutis, como de rey, y carácter noble, ajeno a toda afectación» (Ibid., p. 379), debió poseer una relevante personalidad humana e intelectual, brillantísima elocuencia y un extraordinario don de gentes que le proporcionó gran número de fervientes seguidores y también no pocos contradictores, ya que su carácter franco y apasionado no debió estar exento de cierto orgullo y altivez, por lo que mientras unos biógrafos, como al-Maqqari e Ibn al-Jatib se constituyen en decididos apologistas suyos, otros, como Ibn Tagribardim lo consideraron el más perverso de los hombres. 

De su producción literaria, que debió ser muy copiosa, se han conservado algunos manuscritos, no todos suficientemente estudiados hasta hoy, y bastantes títulos referidos por sus biógrafos.


De entre las obras más importantes conservadas mencionaremos la ya citada Respuestas yemeníes a las Cuestiones sicilianas y el Libro del bagaje del gnóstico. Sin embargo, la impresión que la lectura de estas obras produce de su autor está por debajo de la que nos legaron sus contemporáneos; su estilo es desordenado, petulante y mediocre y su contenido doctrinal no pasa de ser un compendio de las opiniones filosóficas más comunes en su tiempo. 

Bien es verdad que hace continua gala de una estupenda y sorprendente erudición filosófica, teológica y jurídica, pero es al extraer las conclusiones cuando surgen las vacilaciones e incertidumbres que lo llevan frecuentemente a disculparse aduciendo falta de tiempo para tratar más detenidamente el problema o prometiendo hacerlo en otra ocasión o verbalmente al lector interesado.

Respecto a Las Cuestiones sicilianas son muy numerosas las expresiones altaneras e irrespetuosas dirigidas a Federico II en ellas contenidas, lo que hace sospechar la existencia de un manuscrito anterior concebido en términos más reverentes, del que el actual sería una refundición redactada para ser divulgada entre sus seguidores. 

En general el método expositivo seguido por Ibn Sabin en sus escritos consta de dos partes: una primera, en que expone con cierta claridad la doctrina filosófica propiamente dicha y otra posterior, Tahjiq, de carácter místico y esotérico en que desarrolla aquellas ideas con mayor profundidad, pero en términos buscadamente oscuros y sibilinos que hacen su comprensión sumamente difícil.


Por lo que respecta a su fondo doctrinal no es otro que el vigente en el Islam, esto es, fundamentalmente el aristotélico - neoplatónico con matices pitagóricos y pseudoempedocleos, todo ello sensiblemente influido por la Enciclopedia de los Hermanos de la Pureza, muy difundida desde tiempo atrás en AI-Andalus y cuya ascendencia en la formación de Ibn Sa­bin ha denunciado E. Lator poniendo de manifiesto que incluso varios términos técnicos tales como al-qasd al­awwal y al-qasd al-tani, que entre los peripatéticos equivalían a intentio prima e intentio secunda o finis per se y finis per accidens, significan en Ibn Sabin la causalitas prima y causalitas secunda de los escolásticos, de acuerdo con el uso que de ellos habían hecho los Hermanos de la Pureza. Este influjo de los Ijwan al-Safa es, sobre todo, perceptible en su lógica, que expone fundamentalmente en la primera parte del Budd al-Arif.

Sigue en ella la Isagoge y las cuatro primeras partes del Organon aristotélico, si bien al tratar de los Segundos Analíticos omite la doctrina de la demostración que sustituye por un capítulo sobre la ciencia, su definición y división al que agrega una serie de términos usados en sus respectivas especialidades por los filósofos, teólogos, juristas y místicos, más aquellos otros propios de los muqarrab, vocablo éste que, significando originariamente los ángeles más cercanos al trono de Dios, adquiere, al decir de E. Lator, un valor peculiar en Ibn Sabin denominativo de «una categoría concreta de personas que se distinguen por sus cualidades intrínsecas, así como por su método esotérico de investigación y de trato con las gentes» (Ibid., p. 393).


Asimismo, al ocuparse de las categorías, copia literalmente toda una página de la Enciclopedia de los Hermanos de la Pureza; y, como ellos, eleva el número de los predicables a seis por incorporación a los ðåíôá öïíáé porfirianos de uno más el sujeto. Idéntica falta de originalidad presenta su concepción metafísica, simple reproducción manualística del neoplatonismo emanatista al uso. Dios es la causa primera y eterna de la que devienen todos los seres en una procesión necesaria y desde siempre.

Por su parte, los seres concretos poseen una esencia numérica y una manifestación tridimensional. En torno a este elemental esquema, se amalgaman sin orden ni apenas cohesión una multitud de opiniones más o menos mixtificadas procedentes de la pseudo teología aristotélica, de Proclo, de Plotino, e influjos masarríes, sufíes e ismailíes, todo ello fundido bajo el denominador común de Hikmat al-Masriqiyya, término que mueve a relacionar el pensamiento de Ibn Sabin con ciertos aspectos de la filosofía avicenista (como advierte L. Massignon en La philosophie orientale...) y bajo el que tal vez no haya que entender más que las prácticas mágicas y esotéricas, simbolismo de las letras, etc., peculiares de la gnosis oriental.


Digamos, empero, en descargo de la falta de originalidad de Ibn Sabin, que éste no se propuso, como afirma una y otra vez hasta la saciedad en sus escritos, presentar una doctrina filosófica propia, sino tan sólo ofrecer a sus lectores unas nociones preliminares de carácter general que los auxiliaran en sus posteriores búsquedas personales; y, en este sentido, su obra debió alcanzar plenamente tal propósito.

Tengamos en cuenta, además, que tal vez la lejanía histórica nos impide hoy apreciar en su auténtica dimensión la magnitud de un pensamiento que ha llegado fraccionado hasta nuestros días, y cuyas vinculaciones con el medio ambiente no podemos, consiguientemente, apreciar de manera suficiente. 

Bueno será, por lo tanto, a la hora de emitir un juicio definitivo sobre la obra de Ibn Sabin recordar el extraordinario predicamento de que gozó en vida entre sus coetáneos, y la estela de fama y discípulos que dejó tras de su muerte, habiendo noticias de que aún en pleno siglo XIV había gentes que seguían su doctrina y practicaban el método de vida sabiní.


 ¡Gracias por leerme! Fuentes de consulta:  saavedrafajardo



http://masobesi68.blogspot.com/

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