Del lado de las chicas - Capítulo 3
11:38
Por
ancilo59
ÁFRICA NO ES UN PAIS
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Kajiado, Kenia. “Yo también sufrí la ablación, pero mi madre era maestra y luchó para que pudiese terminar el colegio. El tema sigue siendo tabú en mi familia. Piensan que soy una desvergonzada porque hablo de ello y tomo todas mis decisiones sin pedir permiso a mi marido”.
En Elangata Wuas, un poblado del condado de Kajiado, en el sur de Kenia, todos conocen a Fait Mpoke como la masai “diferente”.Tiene 33 años, es madre de un hijo y lleva trabajando con la ONG ActionAid desde 2011. Cada mañana cruza los espinosos arbustos que delimitan los enkangs (campamentos masai dispersos por la sabana) para intentar convencer a sus habitantes de que ya es hora de que miren hacia el futuro.
Para ello hay que empezar por abandonar las tradiciones que traen consigo enfermedades, mortalidad materno-infantil, ignorancia y pobreza, como ocurre con la mutilación genital femenina, que en Kenia afecta al 27% de las mujeres, pero que entre los masai (alrededor del 2% de la población) alcanza el 73%.
No obstante, el país es considerado un líder en la batalla contra la mutilación genital femenina en el África subsahariana: desde 2003, la prevalencia de esta práctica ha disminuido un 16% a escala nacional, y el Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA) calcula otro descenso de un 40% de aquí a 2020.
Actualmente se aplican dos leyes estrictas: la última, aprobada en 2011, prevé hasta tres años de cárcel para quienes practiquen la ablación, así como castigos para quienes discriminen a las mujeres no mutiladas.
Ese mismo año se creó una comisión gubernamental contra la mutilación genital femenina y, desde 2014, una unidad fiscal nacional investiga casos en toda Kenia. No obstante, dentro de los límites de los enkangs masai, la única ley suprema es la sancionada por los mayores siguiendo la senda de la tradición.
Lucy Yepe Itore cree firmemente que solo fomentando que las familias den educación a sus hijas, su pueblo, los masai, logrará abandonar para siempre el dolor que causa la ablación. En sus funciones de subdirectora de la escuela de primaria de Il Bissil, una pequeña ciudad no lejos de Kajiado, hizo sitio en los dormitorios a las niñas que había salvado del emuatare y del matrimonio infantil forzoso.
Y no pasa un día sin que los moran, los jóvenes guerreros masai, se presenten a las puertas de la escuela blandiendo palos y exigiendo que les devuelvan a sus niñas.
Al igual que Faith Mpoke, Lucy recibe llamadas de emergencia de sus “espías” en los campamentos masai y siempre está preparada para salir en misión de salvamento durante la noche. “En otro centro de rescate acogimos a 130 niñas”, explica. “Desde entonces, algunas de ellas se han hecho enfermeras y una trabaja para una ONG internacional y viaja por todo el mundo. Estoy muy orgullosa de todas ellas”.“Me amenazan. He tenido que contratar guardias”, cuenta Lucy, una mujer madura de aspecto digno que no se atemoriza ante nada, echándose a reír.”
Lucy desea el mismo futuro sobre todo a Sukuta e Irene, las dos niñas más frágiles de las que actualmente se alojan en la escuela de Il Bissil.
Kongelai, Kenia. Los pokot son el grupo étnico predominante en los condados Baringo y Pokot Occidental de Kenia. Además, viven en la región Karamoja de Uganda. Son pastores seminómadas, y en el pasado estuvieron en guerra con sus rivales los masai y los turkana. En la actualidad, siguen encerrados obstinadamente en una sociedad patriarcal que mide el valor de sus hijas por la cantidad de cabezas de ganado que sus futuros esposos ofrecerán como dote.
Para ellos, el mutat, la escisión y sutura de los genitales, convierte a una chica joven e inmadura en una verdadera mujer que más adelante perderá su virginidad por medio de un cuerno de cabra y dará a luz a un hijo antes de los 15 años.
Susan Krop tiene 37 años. Nos habla de las tradiciones de su pueblo. Es presidenta de una red de mujeres que cuenta con 103 miembros activas y más de 2.000 simpatizantes dispersas por las manjata, las chozas de barro tradicionales situadas a lo largo del río Suam.
Para librar a las niñas de una vida de sumisión e ignorancia, Susan ha ideado una estrategia simple pero eficaz: un grupo de madres adoptivas que, a pesar de su pobreza, acogen en sus hogares a niñas que huyen del mutat y del matrimonio forzoso.
Janet tiene una mirada dura y recelosa que, de repente, se ilumina con una suave sonrisa. A los 14 años ya está disfrutando de su segunda vida y nos habla de ella con el orgullo de alguien que ha tenido que luchar duramente para poder ser dueña de su destino.
Hace dos años entró a formar parte de la familia de Theresa Chepution, una campesina severa pero afectuosa capaz de entender el fondo de la angustia de la niña sin necesidad de muchas explicaciones. Igual que hizo Mary, otra madre adoptiva de la Red de Mujeres de Kongelai, con una jovencísima víctima de una violación.
La Red de Mujeres de Kongelai nos da la bienvenida con cánticos y danzas en un claro en el que proyectan construir un centro para las jóvenes que no han podido alojar en sus casas. Son 30 niñas y adolescentes, todas ellas con una mirada oscura y afligida, a las que se ha acomodado en un dormitorio de la escuela local.
A Sharon, de 15 años, su madre alcohólica la vendió a cambio de una caja de bebida.
En una pequeña iglesia evangélica en medio del campo, Susan y Mary dan una clase a un puñado de hombres que las miran perplejos. Cuando le enseñan réplicas del útero y les describen los efectos de la infibulación, el público ríe avergonzado.
Pero luego, ante las fotografías de vaginas deformadas por la fístula que desarrollaron tras el parto, un silencio próximo a la consternación se extiende entre los hombres. “No tenía ni idea”, susurra un anciano estremecido por un escalofrío inexplicable en el ardiente calor de Kongelai.
Pero luego, ante las fotografías de vaginas deformadas por la fístula que desarrollaron tras el parto, un silencio próximo a la consternación se extiende entre los hombres. “No tenía ni idea”, susurra un anciano estremecido por un escalofrío inexplicable en el ardiente calor de Kongelai.
¡Gracias por leerme!
Fuentes de consulta: elpais.com/especiales
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